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El transporte público como herramienta política

Si la pandemia no había sido suficiente para modificar los patrones de desplazamiento de los núcleos urbanos e interurbanos, ahora llegan las fuertes tensiones políticas en la comunidad internacional, y que han hecho aumentar los precios de la energía y de los combustibles en el continente europeo.

El gobierno alemán ya introdujo hace unos meses el abono fijo nacional de trenes por 9€ durante 3 meses, aunque no ha demostrado modificar la forma de desplazarse de los usuarios del vehículo privado. Otro caso parecido es el de España, que abarca desde la rebaja de los precios del transporte urbano hasta la gratuidad de los abonos de cercanías y media distancia para usuarios recurrentes. Habrá que ver, en todo caso, si los resultados son similares a los de Alemania o no.

Sin embargo, estas políticas, cuyo objetivo es cambiar los hábitos de los desplazamientos, ha tenido durante décadas una intención más ambiciosa: establecer los bandos ideológicos en el contexto internacional. En esta entrada analizaremos cómo, los bloques de EEUU-UE y Rusia-China, han tenido siempre un afán político en esas medidas de fomento del transporte público.

En primer lugar, hablemos de la Unión Europea. Desde su creación y continua adhesión de los estados, las inversiones en infraestructuras del transporte han sido importantes, especialmente en los países del Este. Todos sabemos que el pasado histórico de los países bálticos, balcanes… han tenido influencia de la Unión Soviética. Y podríamos pensar que desde la caída de la URSS, la Guerra Fría se detuvo, pero no hizo más que comenzar.

Para captar la atención de esos países, se ha invertido con grandes partidas en cohesionar los territorios y dotarles de unas infraestructuras que disminuyan al máximo esos conflictos internos de identidad nacional que (todavía) tienen. Ejemplos como Bulgaria, donde la primera red de metro no apareció hasta entrados los fondos de la UE, y que es hoy en día de las más modernas de la parte Este de Europa. O el caso de Serbia, que siempre ha estado alineado con Rusia y cuyo primer ferrocarril de alta velocidad, de Belgrado a Novi Sad, ha sido gracias a inversores rusos.

Por otra parte, el transporte público de muchos países de América Latina está principalmente financiado y supervisado por el Banco Europeo de Inversiones, aunque también por el Banco Mundial y sus filiales,  mientras Rusia y China apuestan por el continente africano. Esto, en resumen, busca ganar la confianza de dichos países para establecer una sensación de seguridad bajo su bloque, sobre todo en la situación de escalada de tensión mundial.

Lo que está claro es que el transporte público juega un papel importante en esa transición ecológica y en la crisis internacional de los 2 bloques mundiales, pero también está claro que faltan muchas inversiones por hacer para fomentarlo, y aunque los fondos de recuperación europeos vayan encaminados en esa línea, la inflación y la crisis de materias primas juegan en nuestra contra. Una tarea que no parece fácil de resolver, pero que acentuará más aún los bandos en esta nueva Guerra Fría, la del transporte.

 

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